Recuerdo que el año pasado, tal día como hoy, era jueves, y andábamos todos con esa sensación fronteriza que aparece en el final de las cosas. Por la mañana me fui a comprar bengalas y una nariz postiza y un matasuegras y un paquete de serpentina de colores y una barra de pan y un periódico. Al llegar a casa y sacudir el periódico para quitarle las migas de pan observé que se le caían también las letras, como si, en lugar de impresas, estuvieran pegadas. Sacudí hoja por hoja, y la mesa se convirtió en un momento en una sopa de letras. Me pareció que al deshacerse las noticias y los resúmenes del año se deshacía también la columna vertebral de mi existencia.
Por la noche, cuando dieron las doce, mientras los amigos lanzaban al aire confetis, yo tiré las letras, desprovistas de morfología y de sintaxis, con la alegría del que tira su vida por la ventana. Y es que el periódico de mi vida estaba en blanco, y los titulares de la primera página eran, por fin, responsabilidad mía. A las letras y a la vida les quitas la sintaxis y es como si le quitaras el espinazo a un animal o le practicaras al año un agujero en uno de sus extremos y le sacaras con unas pinzas la sustancia de las semanas y los meses: el año se encogería y a lo mejor en enero hacía calor, y en julio, frío.
O sea, que si sacudes este periódico, que es el último del 93, probablemente se le caerán las noticias y los resúmenes y los anuncios por palabras y las farmacias de guardia y la lista de los fallecidos ayer y el crucigrama, es decir, que se le vendrá abajo la morfología, y con la morfología se le irá al carajo la sintaxis, y entonces tú, con el periódico de tu existencia en blanco, te tomarás las uvas decidiendo los titulares de la primera página de mañana, que, si te lo propones, será también la primera de tu vida. La primera página de tu vida.
Feliz año.
Juan José Milllás
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